Paso de oración activa a pasiva | Sagrada Transición

paso de oracion activa a pasiva

Del Activismo a la Contemplación: Un Viaje de Oración

El activismo social, muchas veces impulsado por una profunda fe, puede agotar las energías espirituales. La búsqueda de justicia social, aunque noble, exige una constante entrega que, sin un contrapunto contemplativo, puede llevar al desgaste y la frustración. La tradición cristiana siempre ha reconocido la necesidad de ambos: la acción en el mundo y la quietud en la oración.

La Lectio Divina, por ejemplo, ofrece un camino de contemplación arraigado en la historia de la Iglesia. Su práctica, que data de los primeros siglos del cristianismo, consiste en una lectura atenta, meditativa y orante de la Sagrada Escritura. Se estructura en cuatro movimientos: Lectio (lectura), Meditatio (meditación), Oratio (oración) y Contemplatio (contemplación).

De la Acción a la Paz Interior

El paso del activismo a la contemplación no implica un abandono de la misión. Más bien, es un reencuentro con la fuente de la fuerza, un momento de recogimiento para renovar el compromiso y la energía. La oración contemplativa permite una conexión más profunda con Dios, permitiendo que su amor y su gracia guíen la acción.

Prácticas Contemplativas

Existen diversas prácticas que facilitan este viaje. El Rosario, por ejemplo, es una oración tradicional que, a través de la repetición de oraciones y la meditación de los misterios de la vida de Cristo, conduce a la contemplación. Otras prácticas incluyen la meditación, la alabanza y la adoración eucarística.

La contemplación no es una huida del mundo, sino una preparación para la acción. Es un espacio sagrado donde se renueva el espíritu y se fortalece la voluntad para seguir construyendo un mundo más justo y compasivo. Se alimenta la fe y se renueva el compromiso.

La Oración Pasiva: Abrirse a la Gracia Divina

La oración pasiva, en esencia, es una forma de oración contemplativa donde la iniciativa principal reside en Dios. No se trata de una plegaria activa con peticiones concretas, sino de una actitud receptiva, un abrirse a la acción del Espíritu Santo. Su origen se encuentra en la tradición mística cristiana, con influencias de figuras como San Juan de la Cruz y Teresa de Ávila.

Históricamente, la oración pasiva ha sido practicada por monjes y monjas en clausura, quienes, en su búsqueda de la unión con Dios, cultivaban este estado de quietud y receptividad. Se busca una profunda humildad, reconociendo la absoluta dependencia de la gracia divina. La persona se vacía de sí misma para que Dios pueda actuar.

La purificación del corazón es un paso crucial para acceder a la oración pasiva. Esto implica un proceso de desapego de las cosas terrenales y una creciente entrega a la voluntad de Dios. Se busca una contemplación pura, donde la mente se encuentra en silencio, abierta a la inspiración divina.

La práctica devocional incluye la lectio divina, la meditación en la Sagrada Escritura, y la oración vocal sencilla, como el rezo del Rosario, como medios para preparar el alma para la recepción de la gracia. La práctica regular de la oración pasiva, aunque puede ser desafiante, lleva a una experiencia más profunda de la presencia de Dios.

Se puede experimentar la oración pasiva a través de distintos métodos: la oración de quietud, donde se busca un silencio interior profundo; o la oración de abandono, donde se entrega la propia voluntad completamente a Dios. Ambas formas buscan la misma meta: la unión con Dios mediante la recepción pasiva de su gracia.

De la Intención al Desapego: El Paso a la Oración Receptiva

La oración, en su esencia, es un diálogo con Dios. Iniciamos a menudo con intenciones concretas: peticiones, agradecimientos, súplicas. Esta fase, aunque válida, puede obstaculizar la recepción de la gracia divina si nos aferramos demasiado a nuestros deseos. La tradición cristiana, desde los primeros Padres del Desierto, ha enfatizado la importancia de la oración contemplativa.

El desapego, en este contexto, no implica indiferencia o falta de fervor. Significa, más bien, una entrega humilde de nuestras intenciones a la voluntad de Dios. Reconocer que Él conoce nuestras necesidades mejor que nosotros mismos es fundamental. Esta actitud de humildad abre el espacio para la escucha profunda.

Históricamente, la tradición mística, con figuras como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, ha profundizado en la oración receptiva. Ellos describen un proceso de purificación espiritual que permite al alma percibir la presencia de Dios de manera más íntima y profunda. Se trata de una experiencia de quietud y escucha, más allá de la mera articulación de palabras.

El Silencio como Camino

El silencio, lejos de ser una ausencia, se convierte en un espacio sagrado donde Dios puede actuar. En este silencio, se puede experimentar la oración contemplativa, un estado de unión con Dios que trasciende la razón y la lógica humana. Practicar la meditación o la lectio divina son herramientas que pueden ayudar a cultivar este silencio interior.

La oración receptiva no elimina la petición, sino que la trasciende. Se trata de un paso hacia una relación más profunda con Dios, donde la voluntad divina se convierte en el centro de nuestra oración. La paz y la serenidad son frutos de esta entrega.

Historia de la Oración Contemplativa en la Iglesia Católica

La oración contemplativa, unión profunda con Dios, tiene raíces antiguas en la Iglesia Católica. Desde los primeros Padres del Desierto, como San Antonio Abad y San Pacomio, la búsqueda de la contemplación fue un elemento central de la vida espiritual. Su práctica se basaba en la soledad, la penitencia y la escucha atenta de la Palabra de Dios.

La tradición monástica, especialmente con la regla de San Benito, formalizó la lectio divina, una forma de oración contemplativa que combina la lectura orante de la Escritura con la meditación y la contemplación. Este método, aún vigente, estructuró la vida espiritual de muchos monjes y monjas a lo largo de los siglos, promoviendo la unión con Dios a través de la escucha y la reflexión.

En la Edad Media, grandes místicos como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz profundizaron en la teología y la práctica de la oración contemplativa. Sus escritos, que describen las etapas místicas y las experiencias de unión con Dios, siguen siendo fundamentales para la espiritualidad contemplativa. Oraciones como la Oración de la Serenidad, aunque no directamente atribuidas a ellos, reflejan la búsqueda de la paz interior.

La Reforma Protestante, si bien enfatizó otros aspectos de la espiritualidad, no eliminó la importancia de la oración contemplativa. Diversas corrientes espirituales dentro del catolicismo, como el movimiento carismático y las comunidades de vida contemplativa, mantienen viva la tradición de la oración silenciosa y la contemplación. La meditación, en sus diversas formas, sigue siendo una herramienta fundamental.

El Concilio Vaticano II, con su énfasis en la participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia, reafirmó la importancia de la oración contemplativa para todos los fieles. Se promovió una espiritualidad más personal y accesible, sin dejar de lado la rica tradición de la contemplación como camino hacia Dios.

La Oración Pasiva en la Tradición Benedictina

La oración pasiva, dentro de la tradición benedictina, se fundamenta en la lectio divina y la contemplación. No se trata de una técnica activa, sino de una actitud receptiva ante Dios, permitiendo que Él actúe en el alma. Su origen se encuentra en la Regla de San Benito, que enfatiza la importancia del silencio y la escucha en la vida monástica.

Esta forma de oración busca la unión con Dios, más allá de la razón y el esfuerzo humano. Se caracteriza por la quietud interior, la espera paciente y la disponibilidad a la acción del Espíritu Santo. La persona que ora pasivamente se deja guiar por la gracia divina, permitiendo que Dios la moldee y transforme.

Históricamente, la oración pasiva ha sido practicada por monjes y monjas benedictinos a lo largo de los siglos. Se considera un camino espiritual de gran profundidad, que exige perseverancia y humildad. La experiencia de la oración pasiva puede manifestarse de diversas maneras, incluyendo la intuición espiritual, la paz profunda y la experiencia de la presencia divina.

Dentro de la práctica benedictina, la oración pasiva se integra con otras disciplinas espirituales. La ora et labora (ora y trabaja) refleja la búsqueda del equilibrio entre la acción y la contemplación. La oración pasiva se complementa con la lectio divina, proporcionando un espacio para la asimilación profunda de la Palabra de Dios.

Ejemplos de prácticas:

  • Meditación sobre un pasaje bíblico
  • Contemplación de un icono
  • Silencio contemplativo

El Silencio como Puerta a la Oración Pasiva

El silencio, lejos de ser ausencia, se configura como un espacio sagrado para la oración pasiva. Desde los primeros eremitas del desierto, la búsqueda de la soledad y el silencio era fundamental para la unión con Dios. Esta práctica ancestral busca la receptividad a la acción divina, más que a la iniciativa humana.

La oración contemplativa, o pasiva, se centra en la escucha atenta a la voz de Dios, una escucha que requiere un ambiente de recogimiento interior. El silencio externo facilita este recogimiento, silenciando el ruido del mundo y permitiendo que la voz interior se manifieste con mayor claridad.

Históricamente, órdenes religiosas como los cartujos o los trapenses han destacado por su énfasis en el silencio como elemento esencial de su vida espiritual. Su experiencia milenaria demuestra la eficacia del silencio para profundizar en la unión mística con Dios. La práctica del silencio, en estos contextos, no es un mero ejercicio de voluntad, sino una disciplina espiritual que exige constancia y perseverancia.

Beneficios del Silencio en la Oración

La práctica regular del silencio antes de la oración prepara el corazón para recibir la gracia divina. Favorece la contemplación, la paz interior y la purificación del espíritu. El silencio permite una mayor conexión con la propia interioridad, facilitando el discernimiento de la voluntad de Dios.

Incorporando el Silencio a la Vida Diaria

Se pueden incorporar momentos de silencio a la rutina diaria, incluso breves periodos de pausa y recogimiento. Estos momentos pueden ser antes de la oración formal, durante el día como una forma de meditación, o al final del día como un espacio de reflexión. La clave reside en la intención y la constancia en la práctica.

La Oración Pasiva y la Unión con Dios

La oración pasiva, también conocida como oración contemplativa o unión de la voluntad, busca una unión profunda con Dios más allá de la actividad mental. Su origen se encuentra en la tradición mística cristiana, con figuras como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila como exponentes principales. Se basa en la entrega total a la voluntad divina, dejando que Dios actúe en el alma.

Esta forma de oración no se centra en peticiones o reflexiones intelectuales, sino en una actitud receptiva de silencio y abandono. Se busca una unión afectiva con Dios, donde la voluntad personal se supedita completamente a la voluntad divina, permitiendo que el Espíritu Santo guíe la oración. La experiencia puede incluir momentos de paz profunda, gozo espiritual o incluso una sensación de vacío, que no debe interpretarse negativamente.

Históricamente, la oración pasiva ha sido practicada en diferentes órdenes religiosas, particularmente en las órdenes contemplativas. La tradición enfatiza la importancia de la preparación espiritual previa, incluyendo la práctica de la oración vocal y la meditación, para alcanzar un estado de receptividad adecuado. El silencio y la soledad son elementos clave para favorecer esta unión con Dios.

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La Purificación del Corazón

La purificación del corazón es un proceso previo esencial para la oración pasiva. Implica la lucha contra los apegos desordenados y la purificación de las pasiones. Esto permite una mayor disponibilidad para recibir la gracia divina y experimentar la unión con Dios.

La Confianza en la Gracia Divina

La oración pasiva requiere una profunda confianza en la gracia divina. El orante se entrega totalmente a la acción del Espíritu Santo, confiando en que Dios obrará en su alma según su voluntad. Esta entrega total es fundamental para experimentar la unión profunda con Dios.

Encontrar la Paz Interior a través de la Oración Receptiva

La oración receptiva, a diferencia de la oración vocal o mental que busca dirigir la conversación con Dios, se centra en escuchar Su voz. Sus raíces se encuentran en la tradición contemplativa del cristianismo, presente desde los primeros Padres del Desierto. Se basa en la creencia de que Dios se comunica con nosotros de maneras sutiles, más allá de las palabras.

La Lectio Divina, una práctica antigua que implica la lectura meditativa de las Escrituras, es un ejemplo clásico de oración receptiva. Este método, utilizado por monjes y ermitaños durante siglos, fomenta la escucha atenta y la apertura al Espíritu Santo. Su objetivo no es solo comprender el texto intelectualmente, sino percibir la presencia de Dios dentro de él.

Escuchando la voz de Dios

En la oración receptiva, la paz interior surge de la experiencia de la presencia divina. No se trata de buscar respuestas inmediatas a nuestras preguntas, sino de cultivar un espacio de silencio interior donde Dios pueda actuar. Este silencio, a menudo difícil de lograr en nuestra vida agitada, es esencial para percibir las inspiraciones y las suaves mociones del Espíritu Santo.

La práctica incluye elementos como la respiración consciente, la meditación y la contemplación de imágenes o símbolos religiosos. El examen de conciencia, una técnica tradicional para reflexionar sobre el día, también puede preparar el terreno para una oración receptiva más profunda. Es una manera de purificar el corazón y abrirse a la gracia divina.

Mediante la oración receptiva, la persona busca no imponer su voluntad, sino someterse a la voluntad de Dios. Se trata de un proceso de abandono, de confianza en la providencia divina. Este acto de entrega, aunque pueda parecer pasivo, conlleva una profunda actividad espiritual que produce una paz interior perdurable.

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